La filosofía budista y las relaciones humanas

Uno de los autores que más me ha ayudado a entender las filosofías de oriente es Alan Watts. Hablando de la segunda noble verdad, ilustra el carácter contraproducente del apego y de nuestro intento de controlar las cosas con un ejemplo genial: un termostato. Como sabes, el termostato es un mecanismo que mantiene la temperatura de un cuarto a cierto nivel. La propia palabra nos dice eso: termo (calor) y stato (lo mismo o estático). Si pones el termostato a 20 grados, este va a encender el aire acondicionado si la temperatura sube por encima de ese nivel y lo apaga si desciende por debajo. Así, el termostato controla el funcionamiento del aire acondicionado de manera similar a cómo la consciencia humana controla la conducta del cuerpo humano. Si tenemos frío en la cama, ponemos otra cobija; si tenemos calor, la quitamos. El termostato es un sistema de retroalimentación que recibe información del entorno y hace los ajustes necesarios según los parámetros establecidos, que representan un rango de temperatura alrededor de los 20 grados. Si quisiéramos que el termostato fuera absolutamente preciso y mantuviera la temperatura del cuarto exactamente en 20 grados, acercaríamos los dos parámetros al punto exacto de 20 grados, pero entonces el sistema empezaría a fallar, encendiéndose y apagándose constantemente hasta desmoronarse. Al hacer el sistema demasiado sensible, resulta que no puede funcionar adecuadamente, y la conducta que manifiesta se parece mucho a la ansiedad humana.

Los objetos a los que nos aferramos y tratamos de controlar varían como la temperatura. Tratar de mantenerlos en un estado permanente no solo es contraproducente, sino que también es frustrante y produce el sufrimiento que padecemos. Hemos hablado mucho de la impermanencia de las cosas, y con lo que hemos visto sobre el apego, es fácil ver cómo el aferrarse a las cosas para asegurar nuestra felicidad es tan frustrante y tonto como tratar de agarrar tu propia sombra. Al moverse hacia ella, la sombra inevitablemente se mueve. Entre las cosas impermanentes somos nosotros mismos y quizá el mayor sufrimiento viene de las relaciones humanas, cuando nos aferramos a otra persona, especialmente en una relación de amor. Lo que nos gusta al enamorarnos de otra persona son las mariposas en el estómago, el estar pensando en ella constantemente, deseando estar con ella, en pocas palabras: la pasión. Sin embargo, la palabra pasión viene de una raíz latina que significa “sufrir”, como vemos en la Pasión de Cristo. Entonces, ¿qué piensa el Buda de esta emoción tan fuerte? Como vimos, distingue entre el deseo y el apego. Al desear estar con una persona especial, la actitud no es egoísta y uno se pregunta “¿Qué puedo hacer por ella?”, eso está bien. Pero al aferrarse a otra persona tratando de controlarla para que cumpla con todas tus expectativas, la actitud es definitivamente egoísta y la pregunta es “¿Por qué ella no me está haciendo feliz?”.

Es importante entender que el budismo no es una filosofía nihilista que dice que es mejor renunciar a todo para vivir en paz. El problema no está con el mundo, sino con nuestra percepción errónea de él y las estrategias que empleamos para lidiar con lo que a fin de cuentas es un fantasma. Con el problema planteado y el diagnóstico hecho, podemos pasar en el próximo vídeo a las últimas dos verdades que constituyen…

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