En la exploración del emprendimiento, es fundamental remontarse a los orígenes del término «emprendedor», una palabra que proviene del francés «entrepreneur». Este concepto, acuñado por el economista Jean-Baptiste Say en el siglo XIX, originalmente describía a un individuo que administraba o gestionaba un proyecto, asumiendo riesgos financieros significativos en el proceso. Con el tiempo, el término «emprendedor» se integró al español, manteniendo la esencia de alguien que inicia y dirige proyectos, especialmente en el ámbito de los negocios, con un fuerte componente de riesgo e innovación.
Sin embargo, en la actualidad, la palabra «emprendedor» suele estar intrínsecamente ligada a la obtención de beneficios económicos. Aquí es donde surge una nueva figura que redefine este concepto: el «socialpreneur». Este término distingue a quienes, si bien son emprendedores en esencia, priorizan un propósito mayor sobre la rentabilidad económica. Los socialpreneurs son iniciadores que, dejando a un lado el enfoque meramente monetario, se enfocan en generar un impacto social positivo, poniendo el bienestar de la comunidad y la sustentabilidad del planeta al frente de sus objetivos empresariales.
El concepto de emprendimiento social representa una diversidad abrumadora en términos de estructuras organizativas y objetivos. No hay una fórmula establecida que defina un modelo único para este tipo de empresas. Por ejemplo, tanto un fondo de ayuda mutua que asiste a pequeñas empresas en comunidades marginadas como una corporación que destina sus ingresos a educar a mujeres en países en desarrollo, ambos califican como emprendimientos sociales.
A menudo, estas empresas no siguen estructuras organizacionales convencionales, pudiendo estar gestionadas íntegramente por voluntarios o por individuos que participan según su propia iniciativa. Esta flexibilidad estructural es una característica distintiva del emprendimiento social.
El término «socialpreneur» se refiere a aquellos que emprenden con un enfoque primario en resolver problemas sociales y contribuir al bien común. Estos negocios, que pueden ser lucrativos, no lucrativos o híbridos, suelen dedicar sus fondos a sostener sus operaciones y a desarrollar programas que beneficien a sus grupos de interés. Aunque los socialpreneurs comparten muchos principios con los emprendedores tradicionales, se diferencian en aspectos fundamentales.
La principal diferencia entre un socialpreneur y un emprendedor radica en el objetivo final. Los socialpreneurs no centran su éxito en la obtención de altos márgenes de beneficio, sino en cómo sus actividades impactan positivamente en sus causas y comunidades. Esto contrasta con la mentalidad típica de los emprendedores, que pueden iniciar negocios con fines de lucro destinados a apoyar cuestiones sociales.
Los socialpreneurs destacan por su enfoque en resolver problemas sociales, buscando un propósito mayor y trascendental. No descartan obtener una compensación económica, pero la esencia radica en que dicha compensación esté alineada con su contribución de tiempo, esfuerzo e impacto en la organización. La remuneración no se mide solo en términos financieros, sino también en el valor social aportado.
Estos individuos buscan un equilibrio en sus inversiones, priorizando aspectos como el liderazgo, el desarrollo humano y el servicio a la comunidad, considerando estos elementos como inversiones que pueden rendir frutos a largo plazo, incluso más que el crecimiento de una cuenta bancaria. En la práctica, muchos eligen formar sociedades civiles o asociaciones donde los valores, el bienestar y la sostenibilidad son prioritarios.
Una práctica común entre los socialpreneurs es la búsqueda de certificaciones como empresa B, lo que demuestra su compromiso con estándares elevados de rendimiento social y ambiental. En casos de lucro, los ingresos se reinvierten en nuevos proyectos o tecnologías descentralizadas, contribuyendo así a su misión.
En resumen, los socialpreneurs están redefiniendo lo que significa ser emprendedor en el siglo XXI. Al combinar necesidades económicas con objetivos sociales, demuestran que es posible impactar de manera significativa y sostenible en la sociedad, manteniendo al mismo tiempo una operación viable y exitosa. Con cada proyecto, no solo transforman el panorama empresarial, sino que también contribuyen a crear un mundo mejor.
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