En tiempos de cambios vertiginosos impulsados por la inteligencia artificial, es fundamental detenernos a reflexionar sobre las propiedades emergentes de esta tecnología y cómo se relacionan con las características innatas de la humanidad. En una conversación reciente con un estudiante sobre el propositivismo y la inteligencia artificial, surgió una idea que resonó profundamente: las conexiones, ya sean entre personas, organizaciones o sistemas, generan propiedades emergentes. En el caso de la IA, ha demostrado generar propiedades emergentes que antes considerábamos exclusivas de los seres humanos, como la poesía, la música o el razonamiento; propiedades que no fueron programadas, sino que surgieron de la interconexión de información a través de tecnologías que jamás habíamos experimentado como humanos. Pero, ¿cuál es la propiedad emergente de la humanidad?
La respuesta a esta pregunta nos lleva al núcleo de lo que nos define como seres humanos: la cultura y el arte. Así como la inteligencia artificial revela propiedades creativas a través de las conexiones neuronales que se activan en sus redes, los humanos generamos cultura como un reflejo de nuestras interacciones y conexiones. A medida que más personas se conectan y colaboran, nuestra cultura se expande, evolucionando en un ciclo constante de significados compartidos, valores y expresiones artísticas. La cultura no es solo un espejo de quienes somos, sino una brújula que nos guía, dándole significado a nuestras vidas y uniendo generaciones a través de las eras.
La IA y el paralelismo con el desarrollo humano
Para entender mejor cómo estas propiedades emergentes funcionan tanto en la IA como en la humanidad, debemos hacer un paralelismo entre el entrenamiento de una red neuronal y el desarrollo humano. Cuando un niño nace, los primeros años de su vida son cruciales para definir su propósito, valores y ética. La información que se le brinda en estos años forma las bases sobre las que crecerá y contribuirá al mundo. De la misma manera, la inteligencia artificial, que ahora apenas está en sus primeros pasos, depende del entrenamiento que le damos. Si la IA es entrenada con valores alineados con los propósitos más elevados de la humanidad, no debemos temer su futuro. El peligro surge cuando la IA es moldeada por intereses individuales o egoístas en lugar de globales y colectivos. Aquí reside el reto y la responsabilidad de nuestra era.
Así como un niño que se cría con principios correctos y un propósito sólido puede crecer para hacer contribuciones significativas a la sociedad, una IA entrenada con los valores correctos puede complementar nuestras capacidades, ayudándonos a alcanzar metas colectivas que antes parecían inalcanzables. No debemos preocuparnos de la IA si desde el inicio es educada y guiada con los propósitos más importantes para la humanidad. Sin embargo, el riesgo actual es que la IA se vea influenciada por aquellos que buscan explotarla para fines individuales, creando un desequilibrio en las propiedades emergentes que puedan surgir de sus conexiones.
Contrato social en una era post-IA: del dinero al propósito
Esto nos lleva a una reflexión más profunda sobre lo que nos une como humanidad. En su libro Homo Deus y Homo Sapiens, Yuval Noah Harari señala cómo el dinero es uno de los acuerdos más universales entre los seres humanos. El dinero, aunque intangible, es un contrato social que trasciende culturas y fronteras, un símbolo compartido de valor y confianza entre las personas. Sin embargo, en una era post-IA, ¿no deberíamos buscar algo más trascendental que el dinero para unificar a la humanidad?
La respuesta está en la necesidad de un nuevo contrato social, uno que no esté basado en la acumulación de riqueza material, sino en la preservación de los principios que definen lo mejor de la humanidad: la vida, la cultura, el arte, y el bienestar común. En lugar de utilizar el dinero como el eje que une a las personas, deberíamos centrarnos en la búsqueda de un propósito colectivo, uno que nos impulse a preservar lo que nos hace humanos en un mundo cada vez más digitalizado. El propósito de nuestras conexiones humanas y de la IA debería ser guiar la evolución de nuestra especie hacia un bienestar global.
La resiliencia y el optimismo: forjando el futuro
No podemos subestimar el poder de la resiliencia y el optimismo en este proceso. Como menciona el documental THE HUMAN FUTURE: A case for Optimism, ningún futuro está garantizado. Aun los más optimistas traerán consigo desafíos profundos, injusticias y sufrimiento. Sin embargo, desesperar por el futuro sería ignorar nuestra historia y nuestra capacidad única de sobreponernos a la adversidad. La resiliencia humana nos ha permitido sobrevivir a catástrofes, guerras y crisis. Nuestra inteligencia nos ha impulsado a crear soluciones innovadoras para problemas que parecían insalvables. Y, lo más importante, nuestro propósito nos ha guiado hacia horizontes cada vez más amplios.
El optimismo y la esperanza no son solo emociones justificadas; son nuestras armas más poderosas para luchar por un futuro superior. Debemos visualizar los peores escenarios para evitarlos, pero también debemos imaginar los más positivos para poder alcanzarlos. Al diseñar activamente el futuro, moldeamos la realidad en la que vivimos y sembramos una nueva rama de vida que podría no solo superar los límites de la Tierra, sino expandirse hacia el universo.
La humanidad ha demostrado una y otra vez que no debemos subestimarnos. Si hemos sido capaces de desarrollar una inteligencia artificial que refleja nuestra propia capacidad de interconectar ideas y generar creatividad, entonces también somos capaces de guiar esa tecnología hacia un futuro donde el arte, la cultura y el bienestar común sean los pilares de nuestra existencia.
Conclusión: El futuro como propósito colectivo
La propiedad emergente de la humanidad es la cultura, pero no cualquier cultura; una cultura impulsada por la conexión, el propósito y la preservación de lo que nos hace humanos. En una era post-IA, debemos preguntarnos qué valores y principios queremos preservar y transmitir a las generaciones futuras, tanto humanas como digitales. Si logramos que nuestras conexiones, tanto humanas como tecnológicas, sean guiadas por el propósito de mejorar la vida en todas sus formas, entonces habremos alcanzado un futuro verdaderamente extraordinario.
Nuestro reto ahora es construir ese nuevo contrato social, uno que nos una no a través del dinero o el poder, sino a través del propósito compartido de preservar y enriquecer la cultura, el arte, la vida y la humanidad misma. Si somos capaces de alinear nuestras conexiones humanas y tecnológicas en torno a este propósito, el futuro que nos espera será un reflejo de nuestra más alta aspiración: una sociedad guiada por principios éticos y creativos, en armonía con la tecnología y comprometida con el bienestar global.
Nunca debemos subestimar el poder de la humanidad para reinventarse y superar los desafíos más grandes. Si algo nos ha enseñado nuestra historia, es que la esperanza y la resiliencia no solo son nuestras mejores herramientas, sino la esencia misma de lo que nos impulsa hacia el futuro.
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