Estamos en un momento histórico donde la inteligencia artificial, como ChatGPT, puede hacer cosas que antes requerían un esfuerzo significativo. Redactar un ensayo, programar un código o incluso escribir un poema ya no representan un verdadero desafío. Pero esto nos lleva a una pregunta crucial: ¿Estamos dispuestos a delegar todo nuestro pensamiento crítico, nuestra creatividad y nuestra identidad en estas herramientas?
Platón, en su crítica a la escritura, advertía que al depender de algo externo como un texto, podríamos perder la capacidad de recordar y comprender verdaderamente. Hoy, la IA representa un desafío similar. Es una herramienta poderosa, sí, pero también puede ser un peligro si dejamos que su uso indiscriminado adormezca nuestras mentes y nos haga pasivos ante el conocimiento.
A lo largo del tiempo, hemos delegado ciertas capacidades humanas a la tecnología. Hace años, depositamos nuestra capacidad matemática en las calculadoras, nuestra orientación geoespacial en Google Maps, y la memoria de números en los contactos de nuestros celulares. Ahora, deberíamos cuestionarnos seriamente si estamos listos para entregar a la inteligencia artificial nuestra capacidad creativa, nuestra capacidad de innovar, y nuestro propósito.
Un ejemplo que ilustra este riesgo es una aplicación de IA que presento a los estudiantes, la cual permite escanear fichas de Lego desordenadas, encontrarlas, y crear posibles figuras a partir de un amplio catálogo de combinaciones. A primera vista, parece increíblemente útil, pero si lo analizamos profundamente, nos damos cuenta de que estamos entregando a la IA la parte creativa, meditativa, y cognitiva que el juego de Lego ofrece tanto a niños como a adultos. Es como darle a la IA nuestro juego de mesa y lo que nos hace pensar. Este es el verdadero peligro: al permitir que la IA resuelva nuestros retos, podríamos perder nuestro propósito y sentido.
No podemos permitir que la IA sustituya nuestra capacidad de pensar, de cuestionar, de crear. La universidad debe ser un lugar donde no solo adquirimos conocimientos, sino donde aprendemos a dialogar con nosotros mismos, a conocernos, a encontrar las respuestas a través de nuestra propia búsqueda y experiencia, no a través de respuestas prefabricadas por una máquina.
La IA puede generar texto, pero no puede generar la verdad que reside en cada uno de nosotros. Esa verdad se descubre a través del esfuerzo, del desafío, de la dialéctica, de la experiencia, y del profundo deseo de entender el mundo y transformarlo para mejor. Debemos usar la IA para potenciar nuestras capacidades, no para suplantarlas. Debemos aspirar a lo que la IA no puede hacer: soñar, innovar, sentir, experimentar y, sobre todo, ser humanos. La experiencia, que es la esencia del ser, es lo que nos permite materializar y llevar a la acción las capacidades que la IA nos ofrece. Sin un propósito, la IA no tiene dirección; es el ser humano quien le da ese propósito, quien guía su uso para lograr algo significativo y trascendental.
Así que mi invitación es esta: No descarguen en la IA su capacidad de pensar. No permitan que su creatividad y su identidad se diluyan en un mar de datos y algoritmos. Eleven sus capacidades, busquen el conocimiento con pasión, y usen la IA como una herramienta que les ayude a lograr sus propósitos, no como una muleta que les haga olvidar quiénes son y lo qué pueden lograr trabajando en equipo.
La inteligencia artificial debe ser vista como una herramienta apalancadora que nos ayude a elevar nuestros propósitos, pero nunca debemos perder la capacidad de desafiarnos a nosotros mismos. Al final del día, nuestra humanidad se define por los retos que enfrentamos y superamos, y es ahí donde reside nuestra verdadera fuerza y propósito.
Deja una respuesta