Desde hace tiempo, la metáfora de Nicolás de Cusa sobre Dios como una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en ninguna ha resonado profundamente en mí. Esta imagen sugiere una omnipresencia sin fronteras, una infinitud que abarca todo lo existente y trasciende lo conocido. A medida que he profundizado en el estudio de la ciencia, la vida y el universo, he descubierto que esta metáfora no solo es poética, sino también una forma poderosa de conectar la espiritualidad con la ciencia moderna.
Uno de los paralelismos más intrigantes que he encontrado entre esta imagen de Dios y la ciencia está en la descripción moderna del átomo. En la física cuántica, los electrones no siguen órbitas fijas, como se pensaba en los modelos clásicos, sino que habitan en «orbitales», regiones donde es probable que se encuentren, pero cuya ubicación exacta es incierta hasta que los medimos. Este concepto de probabilidad e incertidumbre me recuerda a la forma en que imagino la conciencia divina: no confinada a un lugar específico, sino presente en todas partes, manifestándose en todas las formas posibles.
Si pensamos en Dios como una «esfera infinita» de conciencia, su centro estaría en cualquier lugar donde haya un ser consciente, en cualquier punto de percepción. Al mismo tiempo, su «circunferencia» estaría en ninguna parte, porque no existen límites para donde esta conciencia pueda extenderse. Dios, o la esencia divina, se manifiesta en todas las regiones del universo, pero también trasciende nuestra comprensión, porque su «centro» está donde se concentra la conciencia, mientras que su extensión no tiene fin.
De alguna manera, cuando tomamos conciencia de algo, sintonizamos con una pequeña porción de esa totalidad infinita. Así como una vela ilumina solo el espacio inmediato a su alrededor al encenderse, nuestra conciencia al principio es limitada, pero a medida que exploramos más y más, esa luz llega a nuevas áreas. Al expandir nuestra conciencia, no solo conectamos con el presente, sino que podemos percibir fragmentos de esa totalidad. Nos acercamos a esa «esfera infinita de posibilidades», en la que el tiempo y el espacio no son barreras, sino dimensiones que la conciencia divina ya habita plenamente.
Dios en el Tiempo y el Espacio: El Alfa y el Omega
Este pensamiento me ha llevado a reflexionar sobre la relación entre Dios, el tiempo y el espacio. Si Dios es el alfa y el omega, el principio y el fin, entonces no hay tiempo que lo limite. No está confinado a un momento o lugar; está en todas partes y en todo tiempo. El pasado, presente y futuro se unen en una única totalidad que trasciende nuestra percepción lineal del tiempo. Para nosotros, el tiempo es una sucesión de eventos, pero para Dios, es un paisaje completo donde todo existe simultáneamente.
Este «tiempo profundo», como lo llaman algunos físicos, no es algo que simplemente pasa, sino algo que «es». Nuestra percepción limitada nos hace recorrerlo en una dirección, pero para lo divino, todas las posibilidades del tiempo están ahí, presentes, accesibles. En este sentido, no solo Dios está en todas partes espacialmente, sino también temporalmente. Todo está conectado a través de un flujo continuo que va más allá de nuestra capacidad limitada de comprensión.
La Expansión de la Conciencia
Esta reflexión me ha llevado a darme cuenta de que, aunque estamos contenidos por una conciencia limitada, tenemos la capacidad de expandirla. Al expandir nuestra percepción y nuestro entendimiento, nos acercamos a una verdad más amplia. Es como si cada uno de nosotros fuera una ventana a esa vastedad infinita de posibilidades. Al reconocer esto, comenzamos a comprender que nuestra conciencia no solo existe en el aquí y ahora, sino que también puede trascender el tiempo y el espacio.
Sin embargo, no todas las personas tienen las herramientas para verlo de esta manera. He conocido a muchos que, cuanto más estudian la ciencia, más se alejan de creer en algo más allá de lo físico. Para mí, sin embargo, es todo lo contrario. Cuanto más estudio la ciencia, más veo los paralelismos entre lo conocido y lo desconocido, y más clara se vuelve la conexión con lo divino. En la individualidad de las personas, en el antagonismo y las diferencias de pensamiento, veo los extremos de esa esfera infinita. Al expandir nuestra conciencia y corregir nuestras ideas, nos acercamos al centro de esa esfera, donde todas las polaridades se unen.
La Unidad en la Diversidad
El átomo es un excelente ejemplo de cómo las polaridades y las fuerzas opuestas son esenciales para mantener la materia unida. De manera similar, nuestras propias polaridades —nuestras diferencias, contradicciones y antagonismos— son lo que nos mantiene en movimiento hacia la comprensión. Al aceptar las diferencias y explorar las polaridades, no solo estamos entendiendo más de la esfera infinita de posibilidades, sino que también nos acercamos a ese núcleo central que nos une.
Esta paradoja de la unidad en la diversidad es clave. Cuanto más nos permitimos explorar los extremos, más claros se vuelven los hilos que nos conectan. No es en las respuestas fáciles o en los dogmas donde encontramos la verdad, sino en la incertidumbre, en las preguntas que aún no han sido respondidas. En lo desconocido, en las infinitas posibilidades, es donde habita Dios.
La Expansión Colectiva de la Conciencia
No podemos olvidar que, aunque individualmente expandimos nuestra conciencia, esa expansión es también parte de un proceso colectivo. Cada vez que compartimos nuestras ideas, que dialogamos con otros, estamos contribuyendo a una red mayor de conciencia, similar a una red de neuronas que, al conectarse, crean una conciencia superior. Al interactuar con las ideas y perspectivas de otros, estamos contribuyendo a esa «esfera infinita» de posibilidades, expandiendo el conocimiento y acercándonos, como humanidad, a esa verdad común.
Dios en la Incertidumbre
Rechazar los dogmas y el antropocentrismo me ha permitido ver a Dios de una manera más expansiva. Dios no está confinado a las respuestas cerradas que ofrecen los dogmas, sino que existe en lo que está por descubrir, en el misterio que impulsa el universo. Es en la incertidumbre, en lo que aún no comprendemos, donde encontramos espacio para el crecimiento, la expansión de la conciencia y la evolución.
Al rechazar la idea de que los humanos somos el centro de todo, podemos abrazar una comprensión más humilde y vasta del universo. No somos el centro, sino parte de una red interconectada mucho más grande y compleja. Dios, en este sentido, es una fuerza creativa que habita en cada posibilidad, en cada rincón del cosmos. No es una entidad distante que rige desde lejos, sino la esencia misma de la creación, en constante expansión y transformación.
Reflexión Final
Esta visión invita a una profunda reflexión sobre nuestra relación con lo divino, con la ciencia y con nosotros mismos. Nos impulsa a vivir con curiosidad, con una apertura a lo desconocido, sabiendo que cada paso hacia esa vastedad es una oportunidad para acercarnos más a esa esfera infinita de posibilidades. Al expandir nuestra conciencia y aceptar la incertidumbre, nos unimos a ese núcleo que nos conecta a todos.
En este camino, la ciencia no me ha alejado de lo divino, sino que me ha mostrado con mayor claridad la magnitud de lo que aún está por comprenderse. Y en esa búsqueda, encuentro a Dios, no en los dogmas o en las respuestas fáciles, sino en las preguntas que siguen abiertas, en la vasta inmensidad de lo desconocido.
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