La idea de que «Dios está en las posibilidades» encierra una profunda reflexión sobre nuestra existencia y el universo. Este concepto sugiere que Dios no es una entidad limitada, sino la fuente de todas las potencialidades y probabilidades que existen en la vida. Dios, en este sentido, es la posibilidad de ser lo que queramos ser. Este es el mayor regalo que nos puede dar: el amor manifestado en nuestra capacidad de elegir. Nos otorga la conciencia y el control para dominar nuestro entorno como humanos, una gran responsabilidad que resuena con la noción de libertad y potencial.
Sin embargo, aunque Dios nos ha concedido una gran libertad, esta no es un albedrío absoluto. No podemos aspirar a volar sin alas o a tener tres pies; estamos sujetos a reglas físicas y contextos que limitan nuestras opciones. Nacemos en un entorno, con una familia y en un cuerpo que no elegimos. Estas restricciones nos recuerdan que nuestra libertad tiene límites, pero dentro de esos límites, las posibilidades siguen siendo vastas. Dios no nos ha dado la capacidad de trascender las leyes naturales, pero sí la capacidad de elegir nuestro propósito, de definir el sentido de nuestro ser y retarnos a nosotros mismos dentro de los parámetros que nos ha dado.
El teólogo Paul Tillich describió a Dios como el «poder del ser» y la «base de todas las posibilidades». Esta visión de Dios como fundamento de todo lo posible se refleja también en los descubrimientos de la física cuántica, que nos muestra un universo de posibilidades abiertas. La materia, y la vida misma, son conjuntos de probabilidades en constante interacción. La física cuántica nos enseña que el mundo está compuesto de posibilidades que colapsan en realidades cuando son observadas, sugiriendo que la misma esencia de la existencia está basada en el potencial y la elección.
Aunque nuestras libertades están condicionadas por las leyes físicas y el contexto en el que nacemos, Dios nos ha dado el poder más valioso: la libertad de elegir cómo vivir nuestras vidas dentro de esas limitaciones. Tenemos la capacidad de decidir cuáles serán nuestros propósitos, qué metas alcanzar y qué caminos tomar. Al final, la capacidad de soñar y construir nuestros sueños es el verdadero testimonio de nuestra conexión con lo divino. La historia de la humanidad demuestra que, a través del ingenio y la tecnología, hemos podido acercarnos a cumplir con aspiraciones antes inimaginables.
Estas posibilidades infinitas son, en sí mismas, un reflejo del gran regalo divino. La capacidad de tomar conciencia de nuestros actos y de nuestra propia existencia nos conecta con la naturaleza de Dios. En la física cuántica, vemos que estas posibilidades son la base de la realidad; de igual manera, podemos extrapolar esta idea para entender que Dios es la posibilidad misma. Es la posibilidad de estar vivos, de ser conscientes y de crear.
Nosotros, como seres humanos, somos manifestaciones de esa posibilidad divina. Nuestro grado de conciencia y nuestra habilidad para influir en el mundo son un testimonio de la naturaleza de Dios como la fuente de todas las potencialidades. Así, en esencia, somos similares a Dios en nuestras capacidades y en nuestro potencial de transformación y creación.
Esta reflexión no solo nos invita a contemplar la grandeza de lo divino en términos de posibilidades, sino también a asumir la responsabilidad de nuestras elecciones y de la creación de nuestra realidad. Al entender a Dios como la posibilidad, reconocemos el regalo de la vida y la conciencia, y con ello, el amor supremo que nos permite ser, elegir y transformar. Pero con esta libertad viene también una gran responsabilidad: elegir aquellas posibilidades que honren el mayor regalo que Dios nos ha dado, la vida misma, y perpetuar su creación a través de nuestras acciones.
Así, aunque no podemos elegir todo lo que nos define desde el nacimiento, sí podemos decidir qué hacer con aquello que nos ha sido dado. Es en este espacio de libertad donde reside el verdadero milagro: la capacidad de soñar, crear y construir un futuro que trascienda nuestras limitaciones iniciales. Y en ese proceso de elección y creación, honramos a Dios, no solo como la fuente de todas las posibilidades, sino como el arquitecto de una vida plena y con propósito.
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